jueves, mayo 21, 2009

lunes, mayo 18, 2009

Bichos increibles y tenaces

Ya se sabe que cuando uno se rompe una pierna no ve más que cojos por
todas partes, y que si te embarazas, el planeta entero parece atravesar
una epidemia de barrigona gravidez. Puede que nuestro cerebro sólo sepa
mirar aquello que nos obsesiona, o puede que los acontecimientos vengan
en rachas. A veces la vida encadena momentos espléndidos. Pero otras veces los hados se ponen tenebrosos y empiezan a menudear a tu alrededor las historias tristes.
Por ejemplo, tengo una amiga, una violinista profesional joven y
estupenda, que ha sufrido un accidente y se ha hecho un estropicio
monumental en la muñeca y en el codo. Se recuperará, pero con esfuerzo
y una buena dosis de ansiedad suplementaria. A menudo el destino es así
de juguetón y malicioso: avería brazos de violinistas, piernas de
deportistas, ojos de pintores. Al mismo tiempo, otro amigo, una de las
personas más bondadosas que he conocido en mi vida, un tipo luminoso,
ha adoptado a un niño de cinco años procedente de un país lejano. Y
después del infinito trabajo que supone una adopción legal, de los años
de papeleo, de los nervios y la angustia y la esperanza, de haberse
pasado tres meses en una ciudad remota e incomprensible para recibir a
su hijo, resulta que el pequeño sufre accesos de cólera tan violentos y
continuos que mi amigo está herido, mordido, con moratones. No se sabe
si el pequeño padece alguna enfermedad y la vida se ha transmutado
súbitamente en una pesadilla.


Sí, Ésa es la palabra exacta: pesadilla. Los ciudadanos de las ricas
sociedades posindustriales vivimos dentro de un espejismo de seguridad,
como si no pudiera o no debiera sucedernos nada malo, como si los
reveses de la vida, incluyendo cosas tan naturales como la vejez y la
enfermedad, fueran una completa anomalía, algo que no tendría que
pasarte. Por eso, cuando el dolor llega, cae como una guillotina sobre
nosotros, como una pesadilla insoportable. Y déjenme decirles algo duro
de oír: el dolor siempre llega, antes o después.
No hay vida sin su cuota de sufrimiento. Soy una ferviente lectora de
los libros de biografías, y siempre me inquietó esa frase tan común en
muchas de estas obras: "Ésa quizá fuera la última época de verdadera felicidad de Fulano, porque al poco tiempo...".
Y ahí añadían que llegaba la enfermedad, o la muerte de alguien
querido, la cárcel, la guerra, la desgracia. El comienzo de la maldita
pesadilla.


Uno no suele hablar de estas cosas. El sufrimiento, en nuestra sociedad, es
algo que resulta inadecuado, inconveniente, sucio. Algo que hay que
ocultar. Pero, ¿cómo vamos a aprender a manejar ese dolor si ni
siquiera somos capaces de nombrarlo? Cuando cae sobre nosotros la
cuchilla de una desgracia, se produce, en primer lugar, una obsesión
temporal. Piensas en tu ayer intacto e inocente, antes de que
ocurriera. Si no me hubiera subido al coche del accidente, piensa la
violinista. Si no hubiera tenido la idea de adoptar, tal vez piense mi
amigo (en realidad, también podría haberle sucedido con un hijo
biológico). Si pudiera regresar al ayer, antes de que me dijeran que
estaba enfermo, o que mi esposa había muerto, o que... Añoras con
desesperación lo que tuviste, es decir, esa normalidad que seguramente
no apreciaste lo suficiente mientras la tenías. He aquí el primer
aprendizaje esencial que deberíamos intentar extraer de la certidumbre
de la desgracia: la felicidad es la falta de dolor y hay que intentar disfrutar de lo que se tiene. Es un pensamiento obvio, pero dificilísimo de llevar a la práctica.


Pero las calamidades te enseñan algo aún más importante: te descubren la asombrosa capacidad de resistencia que todos tenemos. El ser humano es un bicho increíble:
no sólo aguanta casi cualquier cosa, sino que además se adapta, se
regenera, reescribe la realidad y se reconstruye. Es muy posible que mi
amiga violinista termine progresando como intérprete, porque el
esfuerzo por recuperarse y el dolor del proceso puede hacer que mejore
y ahonde su ejecución. Y es muy posible que el hijo de mi amigo se
tranquilice y adapte, y que él termine siendo especialmente feliz al
saber que ha salvado a un niño con problemas de un futuro de infierno.
No estoy contando una novela rosa: la realidad ofrece todo el tiempo
ejemplos de este tipo. Incluso en los dolores sin remedio, en la muerte
y los duelos, somos capaces de seguir adelante y volver a encender una
luz en las sombras. Somos animales tenaces y llenos de vida. Es lo que nos ha hecho triunfar como especie.


Rosa Montero
EL PAÍS SEMANAL

martes, mayo 12, 2009

Otra gran pérdida

Se que en algún lugar, en este mismo momento, hay un magnífico concierto. Una banda espectacular formada por Pepe Risi, Enrique Urquijo, Jesús de la Rosa, Guille Martín y Antonio Vega

Descansen en paz. Larga vida a la música.